Cuando nos convertimos en padres y madres nos enfrentamos a un desafío muy bonito, pero también muy difícil, quizás de los más difíciles que hayamos vivido. Las preocupaciones, los retos diarios, la falta de descanso, las expectativas que tenemos y las que la sociedad nos crea, los mensajes contradictorios que nos pueden llegar y la presión, en especial hacia las mujeres, por hacerlo todo bien sin renunciar a nada, hacen que la carga mental sea muy alta.
La crianza
En la época de nuestras abuelas la crianza la hacían ellas con sus primas, hermanas y/o con la vecina. Se criaba en tribu. Se iba transmitiendo el conocimiento de unas a otras. En la actualidad se cría más desde el aislamiento y muchas veces nos faltan referentes y apoyos, y lo compensamos mediante la información en libros, internet, podcast. Pero hay exceso de información y sobretodo hay muchas personas que opinan y venden verdades absolutas como si hubiera una única forma de criar, cuando realmente no es así. Hay muchas maneras de educar y esto depende de muchos factores como pueden ser los valores de las familias, situaciones económicas, laborables y las necesidades particulares de cada niño o niña. Todo lo anterior hace que a la hora de aplicar todas estas teorías que hemos leído, nos encontramos con que no encajan con nuestra realidad. Eso hace que nuestra frustración aumente.
Como padres y madres sabemos lo que necesita nuestra familia y cómo queremos criar. Tenemos la capacidad de adaptarnos y nadie conoce mejor a nuestros hijos e hijas. Ahora bien, en el momento en el que no criamos exactamente como en los libros nos sentimos cuestionados incluso hasta por las personas más cercanas.
La culpa
Aquí surgen sentimientos de culpa por no hacerlo como se ¨debería¨. A esto se suma que cuando salimos a la calle nos hacen comentarios y con ello sentimos incomodidad, haciendo crecer nuestra inseguridad.
Esta culpa está repartida de manera muy desigual. Los padres la suelen vivir en menor medida, porque la sociedad les valora cuando lo hacen.
Como sociedad deberíamos ser capaces de romper con esa tendencia a culpabilizar y señalar, y en vez de eso comenzar a empatizar más ya que facilitaría el trabajo de cooperación en familia, rompiendo estereotipos de ¨yo te ayudo¨.
La felicidad
Cuando nuestra carga mental es muy alta y/o estamos muy cansados, la manera en la que actuamos no es la misma. Un hecho es que en todo momento en nuestras vidas estemos sufriendo por algo, sea un tema familiar, personal, profesional, económico y/o de salud. Siempre hay algo que nos preocupa o nos tiene en alerta. Siempre estamos librando alguna batalla, y una muy importante es la crianza. En función de cómo nos enfrentemos a esas batallas, de cómo las afrontemos, con qué disposición personal y mental, se va a determinar nuestra felicidad. Nuestra felicidad consiste, en cómo conectamos con las cosas buenas que nos pasan y de cómo gestionamos las malas. La felicidad depende de conectar con las cosas pequeñas que nos pasan en el día a día y con eso coger fuerzas para afrontar las malas.
Llevado a la crianza: cuando dedicamos tiempo de calidad con nuestros hijos y nuestras hijas, es decir tiempo único y exclusivo, somos capaces de disfrutarlos plenamente.
Otro factor para ser más felices es cuando sientes que te quieren, y cuando esto es así, luchar contra el estrés es más fácil. Por eso, es importante buscar alianzas, personas que nos apoyen incondicionalmente y que no nos juzguen. Cuando hablamos de sentir que nos quieren, no solo hablamos de que nos quieran, sino también de la autoestima, de querernos. Cuando sentimos este amor, nos ayuda a ser mejores con los demás también, a no juzgar, a empatizar y a tener un mejor estado de ánimo. El estado de ánimo también depende de cómo durmamos. Si no tenemos un sueño reparador, no vamos a tener el mismo humor, la misma paciencia.
Buscar nuestro bienestar
¿Qué podemos hacer para rebajar nuestra carga mental o llevarla mejor? ¡Cuidarnos! Si nos cuidamos y nos sentimos bien será más fácil la crianza. Es importante tener en cuenta el modelo que somos para nuestros hijos e hijas.
Por eso es fundamental:
- Conocer nuestro cuerpo, escucharle y saber cómo y cuándo somatizamos.
- Reconocernos ante situaciones de estrés, actuar y/o salir de lo que lo genera.
- Aceptar que no podemos controlarlo todo y dejar de lado aquellas cuestiones secundarias. Aprender a delegar y reconocer las virtudes de otras personas, aunque sean distintas a las nuestras.
- Muchas veces al acostarnos pensamos en lo malo que nos ha pasado, repasamos situaciones y malos pensamientos que nos generan ansiedad y alteración del sueño. Podemos hacer ejercicios de respiración y repasar enfáticamente las cosas buenas del día, atrayendo a nuestra memoria buenos momentos con nuestros hijos e hijas, por ejemplo.
- Parar y descansar, tomar pequeños respiros al día, “contar hasta 10” cuando haga falta.
- Buscar, conocer y potenciar tu mejor versión.
Si no aprendemos a disfrutar los momentos ¿de quién van a aprender a hacerlo nuestros hijos e hijas? Si en muchas ocasiones perdemos la paciencia ¿cómo van a tenerla nuestros hijos e hijas? Si encontramos dificultades para gestionar la frustración ¿cómo van a aprender nuestros hijos e hijas a sobreponerse a las dificultades?
Somos ejemplo, somos el espejo en el que se miran nuestros propios hijos e hijas y si no estamos bien, lo notan. Por todo ello, para poder criar bien es importante poder empezar por sentirnos bien nosotros y nosotras.
¡Sentirnos bien, hace que saquemos nuestra mejor versión!