A pesar de los mensajes que continuamente recibimos diciéndonos que podemos con todo, que ser feliz es una cuestión de actitud o que querer es poder, las distintas experiencias a lo largo de nuestra vida nos enseñan que no es todo tan sencillo. Y la crianza no es una excepción.
No todo es lo que parece
A menudo nos encontramos con una imagen dulcificada de la maternidad y la paternidad, como si ésta se viviera entre algodones, donde parece que todo acompaña a sentir satisfacción y paz y en la que niños y niñas ríen felices mientras disfrutan de un tiempo eterno y relajado con sus pacientes madres y padres. Y evidentemente comparamos esta imagen con nuestra realidad y nos encontramos con que no siempre es tan perfecta como aparentan las historias y publicaciones de los demás.
La crianza es una experiencia vital que nos sumerge en una espiral de emociones tanto agradables como desagradables. Sentimientos como la alegría, la calma o la ilusión se intercalan con culpa, inseguridad, rabia o preocupación. Y una de las emociones que suele aparecer en algún momento es la frustración.
Hablar de frustración en la crianza se relaciona con la insatisfacción ante un deseo o una expectativa no alcanzada. Es esa sensación de fracaso y de no conseguir responder como nos gustaría ante las demandas que la maternidad o la paternidad nos hacen. Para algunas personas es sólo una emoción pasajera que consiguen gestionar con relativa facilidad y para otras se puede convertir en una gran dificultad si se mantiene como constante.
La frustración en la crianza no viene sola
La complejidad que supone conciliar la vida familiar con el resto de responsabilidades adultas, principalmente en el ámbito laboral, puede desgastar mucho y suponer un factor que suma estrés en la gestión del hogar. Además pueden existir otras circunstancias como el cuidado de personas mayores en la familia, dificultades económicas o la falta de corresponsabilidad cuando se cría en pareja. Todas estas situaciones pueden afectar negativamente a nuestra experiencia en la crianza y aumentar nuestra sensación de frustración, por lo que es fundamental ser conscientes de todas estas tensiones para no interpretar que el motivo de nuestra insatisfacción es simplemente por la relación con nuestro hijo o hija, por su comportamiento o por nuestro desempeño parental. La crianza no es un ámbito aislado en nuestra vida y se ve directamente condicionado por todo lo que nos rodea.
Intentar criar de manera consciente y respetuosa hace que, necesariamente nos pongamos expectativas y nos planteemos retos, por lo que es más fácil sentir frustración cuando no conseguimos lo que esperamos. Es habitual que las madres y los padres que más se esfuerzan por formase, leyendo libros de crianza positiva y acudiendo a distintas actividades para mejorar sus competencias parentales, verbalicen esta frustración. Esto no tiene por qué ser una señal de fracaso, más bien es un indicador de que se está caminando en la buena dirección. No es que el camino sea el equivocado, lo que ocurre es que a veces es más largo y con mayor pendiente de lo esperado.
Por otro lado, una de las formas en las que la frustración se manifiesta es en las interacciones con nuestros hijos e hija, sintiéndonos más irascibles ante sus comportamientos, teniendo menos paciencia o mostrándonos más reactivos. A veces notamos que gritamos más, que nos molestan más sus respuestas o incluso que no vemos el momento de meterles en la cama. Puede ser momento de parar y revisarnos.
¿Qué hacer ante la frustración que genera la crianza?
Como en la mayoría de los temas importantes de la vida, no existe una respuesta única, verdadera y definitiva. La frustración, como el resto de emociones, se vive de manera muy personal y debe ser validada y comprendida para poder gestionarla de manera saludable. De cualquier manera existen algunas pautas que pueden ayudarnos cuando sentimos frustración en la crianza:
Comparte cómo te sientes. Frustración y soledad no es una buena combinación. Compartir cómo te sientes con otras personas que puedan comprenderte. A veces es nuestra pareja, un familiar con el que tengamos confianza o una madre o padre que esté nuestra misma situación. Lo importante es que puedan conectar con cómo nos sentimos, validándonos y evitando juzgarnos o darnos soluciones que no hemos pedido.
Revisa tus expectativas. Sentir que no llegamos a todo o que las cosas no salen como esperamos puede ser una señal que nos indique que quizás esas exigencias no se corresponden con lo que tenemos o podemos dar. Y eso no es fracasar. Parar y analizar qué es lo que está ocurriendo nos ayudará a reajustar nuestras expectativas. Es habitual que nos planteemos horarios, rutinas o incluso estrategias educativas que, aun siendo buenas, no encajan con nuestra realidad. Quizás necesitamos hacer ciertos ajustes previos o simplemente debamos permitirnos relajar nuestras auto exigencias. La crianza merece ser disfrutada y no deberíamos vivirla como una losa que nos está aplastando. A veces simplificar y relativizar aportará más satisfacción y seguridad, permitiéndonos sentir menos frustración.
Valora tus logros. Podemos pasarnos el día haciendo una cantidad ingente de cosas bien y, sin embargo, al final del día parece que pesan más aquellas que no han salido como deseábamos. Tendemos a dar por hecho que hacer las cosas bien es nuestra responsabilidad y suelen haber pocas voces (o ninguna) que valoren lo bien que hemos ayudado a nuestro hijo o hija con los deberes, cómo hemos conseguido ajustarnos para acostarles a una hora adecuada o los malabares que hemos hecho para ajustar nuestros horarios de adultos a las necesidades de los niños o niñas. El peso de la carga mental, las renuncias personales o la valentía de afrontar los retos diarios de la crianza suelen ser poco valorados, por lo que es importante tener una mirada más amable hacia nuestra labor de crianza. Pongamos en valor todo aquello que hemos conseguido cada día, que seguro que no son pocas cosas.