
Una de las preguntas más comunes que despierta inquietudes y cuestionan el papel educativo de las familias a lo largo de la crianza de nuestros hijos es:
¿Cómo me gustaría que mi hija/hijo fuera en un futuro? Esta pregunta de manera interna y muchas veces e inconsciente, nos lleva a proyectar en nuestros hijos deseos, exigencias y expectativas que son meramente fruto, de ser personas que tienen hijas/os.
¿Cuándo y cómo comenzamos a tener exigencias y expectativas hacia nuestras hijas/os?
La base de la construcción de la identidad de los niños se comienza a formar desde los primeros meses de gestación.
Como madres y padres vamos configurando ciertos ideales y expectativas acerca de cómo nos gustaría que fuera nuestra hija o hijo.
Proyectando e imaginando como serán, desde su aspecto físico, las aficiones que nos gustaría que tuviesen o valores que, en la mayoría de los casos, como madres y padres, queremos inculcarles y que nos agrada que estos respeten. Hasta podemos llegar a plantearnos la profesión más idónea para cada uno.
Por lo que a las niñas y niños respecta, pareciera que ya nacen con la predisposición de cumplir con un mandato familiar heredado y arraigado a las necesidades de sus padres. Preconcebido por los deseos de las madres y padres, y que es exclusivo de cada sistema familiar.
¿Cuáles son los factores que influyen en que tengamos exigencias hacia nuestras hijas /os?
Los modelos educativos familiares trasmitido de generaciones anteriores, nada tienen que ver con los modelos educativos recibidos en las generaciones actuales.
Donde las dinámicas familiares han cambiado y el tiempo en familia va adaptándose a las nuevas demandas del mercado laboral entre otros factores, como pueden ser: el ritmo de vida, factores externos etc.
Vivimos en una sociedad cada vez más competitiva, donde el tener más competencias personales, habilidades sociales, idiomas y una buena alfabetización digital, se vuelve requisitos indispensables para encaminar la vida de nuestras hijas e hijos hacia el éxito y el sentimiento de integración en la sociedad actual.
Por lo que, todos estos contextos envuelven a nuestras hijos e hijas en una atmósfera de requisitos y exigencias a cumplir que no siempre están dispuestos a seguir o desempeñar.
El niño o niña que recibe “no estar a la altura” es un precio, a veces, demasiado alto, que tiene sus repercusiones a nivel emocional, pudiendo estas desencadenar en emociones como la rabia, aislamiento social o muestra de agresividad con sus figuras parentales y consecuencias en la vida adulta.
Reforzando a nuestros hijos e hijas en los nuevos retos y aprendizajes que van surgiendo y generando espacios destinados a ello, favorecemos el desarrollo del sentimiento de pertenencia, seguridad y comprensión.
“El bienestar infanto-juvenil, el resultado de un proceso, que es más que la suma de los aportes y las responsabilidades individuales de los padres y de los miembros de la familia. Los buenos tratos infantiles son el resultado de las competencias que las madres y los padres tienen para responder a las necesidades del niño, y también de los recursos que la comunidad ofrece para apoyar esta tarea”. (Barudy, 2005).
¿Qué podemos hacer cómo madre y padres y que herramientas podemos utilizar?
Es aquí un punto importante a tratar. Donde lo más importante y esencial es tener un dialogo real y de calidad con nuestros hijos.
Crear, ante todo, espacios seguros para que se comuniquen con nosotros sin miedo al juicio. Que puedan expresar su necesidad sobre aquello que les gusta o no, quieren y les motiva en la vida y en cada etapa vital. Con el objetivo de acompañarlos, favoreciendo así, un desarrollo afectivo y emocional, donde tenga lugar:
- La aceptación, aceptarlos tal y como son: Sentirnos amados y aceptados es muy importante para todas las personas porque así nos sentimos felices. Los niños buscan constantemente la validación de sus progenitores y la aprobación (sobre todo en las etapas de la primera infancia) porque así, se refuerza la autoestima del menor.
- Crear un vínculo seguro. Donde puedan expresar lo que les preocupa o necesiten y tomen a la familia como un punto de referencia y de autoridad positiva.
- Acordar que, ante todo, dentro de la familia se prioriza la confidencialidad, el respeto y la confianza por ambas partes.
Si desde pequeños nos educan en la confianza y el niño o la niña puede expresar lo que le está ocurriendo es muy probable que los vínculos se fortalezcan.
- La niña/o sea el protagonista de su propia historia. Puede tomar decisiones para su vida según su edad y madurez. Se les reconozcan los logros, y se les apoyes en sus fracasos. Es decir, adquieran confianza en sí mismos y se empoderen como individuos.
“Las personas estamos capacitadas para crecer y cambiar, y por ende las familias.
Por ello, el trabajo coordinado y conjunto con el sistema familiar es fundamental, de modo que los cambios que sucedan debemos procurar que encajen y se respeten en su sistema.
El niño necesita tener una sensación de pertenencia, para así sentirse seguro en la familia, y con ello, en la vida”. (Boixareu, 2018).