Un poco de biología

En el momento del nacimiento, todos y todas las personas que nacen disponen de las estructuras cerebrales, sin embargo, no todas las funciones están desarrolladas. A medida que estás funciones van apareciendo, los padres y las madres descubrimos aprendizajes nuevos en nuestros hijos e hijas. Estos aprendizajes vienen dados por la capacidad para absorber información e integrarla. Durante los primeros años de vida la capacidad de aprender resulta primordial para adaptarse al medio (desplazarse, comunicarse, interaccionar) y adquirir las primeras destrezas y habilidades. Por ello, como padres y madres tenemos la responsabilidad de proporcionar a nuestros hijos e hijas un clima seguro desde el inicio. 

Crecimiento entre los 2 y los 6 años

En torno a los 2 años se produce lo que se denomina “Primera Poda Neural”, en este momento, nuestros hijos e hijas experimentan un proceso en el que muchas de sus neuronas mueren porque ya no son necesarias. Las células que se quedan, refinan sus conexiones y se perfeccionan, permitiendo el paso a una segunda etapa de desarrollo que dará lugar a la maduración paulatina de las funciones cerebrales.  

Hasta este momento nuestros hijos e hijas han trabajado en el conocimiento de su mundo familiar y están preparados para descubrir la realidad exterior. Viven una tensión entre lo que le genera placer y la realidad que se impone a su alrededor (tiempos, normas, rutinas, etc.) y en mayor o menor medida se revelan. Por eso a menudo se les llama “los terribles dos”. Esta estrategia oposicionista les sirve para identificarse como “yo” individual, probar su autonomía (puede hacer más cosas porque se ha perfeccionado su desarrollo psicomotriz), y también probar las normas. La etapa del “NO” será fundamental para aprender a canalizar las emociones, conocer sus límites y establecer los primeros aprendizajes sobre las normas y el comportamiento social. Es habitual durante los primeros años de esta etapa presenciar como padres y madres gestionan las primeras rabietas, ya que aparecen como resultado a la incapacidad de comunicar ciertas emociones y sentimientos negativos. Facilitar herramientas para que puedan ir comprendiendo y asumiendo dicha frustración paulatinamente de forma autónoma, será una de nuestras labores, aunque sabemos que no siempre es fácil. 

La formación de símbolos mentales también es una característica de este periodo, supone entender un objeto por lo que represente y no por lo que es; por ejemplo, dibujar un árbol que no ve, imitar en una silla que conduce un coche o jugar a que come con un lápiz. Esta capacidad permite pensar en el pasado o imaginarse el futuro. A través del juego podemos estimular su imaginación, promover el uso del lenguaje e incluso, enseñarles a comunicar y compartir sus recuerdos. 

En cuanto a la atención, a los 2 años es fácil que cambien de actividad rápidamente mientras que a los 5 años ya podemos ver que el tiempo que pasa realizando una misma actividad es mayor. El juego también tiene aquí un peso especial porque estimula la concentración y entrena capacidades planificadoras.  

La Teoría de la Mente es una capacidad que nos permite a los humanos hacer hipótesis sobre lo que otro piensa, siente o cree. Es una capacidad que se va adquiriendo a medida que el cerebro madura porque requiere el empleo de funciones realmente complejas. Por ello, su desarrollo va más allá de esta etapa. El primer paso hacia el desarrollo de la Teoría de la Mente se da sobre los 4 años, justo después de adquirir la capacidad simbólica o de representación, cuando nuestros hijos e hijas distinguen con claridad el mundo físico del real; comienzan a asimilar que la mente no produce la realidad, sino que la interpreta y por tanto pueden generar creencias falsas. En esta edad, podemos observar cómo, poco a poco, diferencian entre su propio conocimiento y el del resto y, a partir de ahí aparecen la comprensión de las bromas, las mentiras piadosas, el doble sentido o la ironía.  

Como mencionábamos con anterioridad, los primeros años de vida son esenciales para el desarrollo del ser humano ya que las experiencias tempranas perfilan la arquitectura del cerebro y diseñan el futuro comportamiento. En esta etapa, el cerebro experimenta grandes cambios: crece, se desarrolla y pasa por periodos sensibles para algunos aprendizajes, por lo que requiere de un entorno con experiencias significativas, estímulos variados, recursos físicos adecuados; pero, principalmente, necesita de un entorno seguro, donde el adulto se muestre afectuoso y responsable. 

Las madres y los padres somos quienes organizamos el hogar, quienes les cuidamos, mimamos, quienes hablamos con ellos y ellas, y quienes jugamos; además, somos las personas más importantes de su vida y las que les enseñamos a amar de forma incondicional. Desde que nacen somos quienes estamos presentes, quienes les conocen respetando sus ritmos, preferencias, quienes les acompañan durante el desarrollo estando disponibles y siendo afectuosos para generar un clima de seguridad y confianza. Somos quienes facilitamos la estimulación adecuada para conseguir que las potencialidades con las que nacen se conviertan en logros y habilidades cada vez más complejas, porque la mejor estimulación no es la más complicada ni elaborada, sino aquella que mejor encaja con las necesidades y capacidades de cada hijo e hija en cada momento de su desarrollo y, como padres y madres, somos capaces de hacerlo. 

Deja un comentario

Tu dirección de correo electrónico no será publicada. Los campos obligatorios están marcados con *