Si nos preguntaran por momentos de la infancia, seguro que recordaríamos algún juego con cariño y emoción. Es fácil que nos transportemos a ese momento, que nos recuerde a nuestros amigos y amigas, y que nos aparezca una sonrisa espontánea por recordar las emociones que experimentamos jugando.  

El juego es una actividad muy antigua.

Las familias egipcias ya utilizaban sonajeros elaborados con tripas de animales y en la época romana la rayuela unía a todas las generaciones. En todas las épocas, nos ha acompañado y nos ha ofrecido momentos espontáneos y beneficiosos con los demás, siendo una herramienta de socialización.  

Dentro de la familia, el juego ocupa un lugar privilegiado. Favorece las relaciones afectivas y refuerza los vínculos entre los padres y madres con sus hijos e hijas, a la vez que genera espacios de diversión y comunicación en la crianza. Jugar en familia nos ayuda a disfrutar y compartir momentos, refuerza la autoestima de nuestros hijos e hijas y ayuda a la liberación de endorfinas.  

Desde que nacemos, el juego nos acompaña.

En estos primeros meses, podemos ver a bebés experimentando su medio y poniendo a prueba sus capacidades, aumentando su psico-motricidad. Por ejemplo, a través de movimientos repetidos de manos, piernas o con la manipulación de juguetes. ¡Cómo les encanta tirar las cosas y reírse! Sin embargo, lo que en realidad aprenden es a conocer sus habilidades psicomotrices a través de la manipulación de objetos en el medio en el que viven. Aumentan así también, a medida que crecen, el control del propio cuerpo, lo que les permite tener una mayor autonomía. El juego en esta primera etapa, entre el nacimiento y los dos años, es conocido como juego motórico. Las personas adultas participamos de este juego, acompañando y ayudando a regular sus emociones, orientándoles en su curiosidad y también resolviendo los problemas que puedan surgir, como el final del momento del juego.  

Además, es importante destacar el gran poder de aprendizaje que tiene el juego.  Los niños y niñas van aprendiendo modelos de relación, de comunicación y, sobre todo, aprenden valores. Las familias transmiten valores a través del juego, como la colaboración, la generosidad, el respeto, la empatía y la tolerancia, que en la infancia se absorben como esponjas.  

El simbolismo entra en juego

A medida que vamos creciendo, comenzamos a jugar en otros espacios diferentes al hogar, lo que nos hace conocer y relacionarnos con personas nuevas y diferentes a nuestra familia. Es ahí donde ponemos en práctica todo lo aprendido en la familia, y generamos nuevos espacios donde el juego simbólico adopta gran protagonismo. Los niños y niñas son expertos en darle simbolismo a los objetos, por eso, una caja puede ser un gran castillo, o un palo una varita mágica. No es difícil ver a los niños y niñas imitando los roles adultos con el juego de “mamás y papás” o jugando a “maestras, policías o enfermeros”. Esto genera grandes aprendizajes absorbiendo todo el conocimiento de su medio, las conductas, el lenguaje o los hábitos, imitándolo después a la hora de jugar.  

Cuando los niños y niñas juegan se comunican, negocian, inventan y se expresan en función de su etapa de desarrollo. Sin embargo, durante los primeros años, jugar favorece el desarrollo y la adquisición del lenguaje, aprendemos más palabras, aumentamos el vocabulario y nos ayuda a expresar deseos e intenciones, mejorando la comunicación con los demás.  

Adquisición de Normas

A medida que se van haciendo mayores, el juego va cambiando, y comienzan a introducir más reglas en el mismo, por eso, es habitual que los niños y niñas entre los seis y los doce años dediquen parte de su tiempo a jugar con sus iguales a juegos más reglados, donde existen unas normas para participar y también ganar. Esto está ajustado a su edad de desarrollo, donde van apareciendo progresivamente actitudes más comprometidas y de mayor competitividad. Aunque se observa también en este juego reglado un mayor compromiso y unión de los participantes, colaboración y también una mayor adquisición de herramientas para gestionar conflictos.

Durante la adolescencia, los y las jóvenes se interesan por los juegos deportivos, o por juegos que impliquen socializar con sus iguales y disfrutar del tiempo libre. Disfrutan tomando decisiones, asumiendo responsabilidades y compartiendo este tiempo con sus amigos y amigas lejos de los adultos que conforman la unidad familiar. Estos juegos en el ocio y tiempo libre les ayudan a descubrir quiénes son y a desarrollar su identidad personal. 

Cuando nos vamos acercando a la vida adulta, tendemos a ir priorizando otras responsabilidades en nuestras vidas, relegando el juego solo a momentos de tiempo libre u ocio. Sin embargo, es importante buscar tiempo para jugar con nuestros hijos e hijas, espacios seguros en familia donde disfrutar de la crianza de una forma activa y saludable.  

Es fundamental, por tanto, garantizar a la infancia y adolescencia estos espacios lúdicos, para fortalecer las relaciones familiares donde generar emociones positivas, compartir momentos beneficiosos, conocer las habilidades de nuestros hijos e hijas, descubrir sus potencialidades y disfrutar con los nuestros.  

Es por eso que… ¡a jugar se ha dicho!

Cuéntanos, que juegos de tu infancia han influido en la personalidad que hoy tienes, si tienes alguna duda con referencia a este tema o cualquier otro coméntanos en los comentarios, te leemos.

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